Este es el término acuñado por Fritz Perls para denominar a dos de los personajes internos que subyacen en el seno de nuestra personalidad, dirigiéndola unas veces uno y otras veces el otro.
El «perro de arriba» o «top dog» es el que ejerce de policía, de protector de los «deberías» que impone el buen hacer, el dogma moral y de este modo se convierte en un tirano moralizador, mandón, represivo.
Lleva en sí mandatos como: «deberías estudiar más, trabajar más horas, ganar más dinero, relajarte más, deberías ser más feliz, comer sin azúcar, comer más pescado, meditar dos horas al día, incluso deberías divertirte más….».
Así que de algún modo apuesta por un ideal lleno de introyectos (conductas aprendidas sin asimilar) que abogan por el bienestar de la persona.
Resulta que sin quererlo ni saberlo el perro de arriba acaba siendo un «mandón mandado», tiranizado casi sin remedio por el vago «perro de abajo» o «under dog», que ante las exigencias y presiones del perro polar decide las más de las veces tirar la toalla con argumentos como: «ya lo haré mañana, qué pereza, no puedo, hoy todavía tomaré 2 donut para desayunar, ya estudiaré cuando me encuentre mejor…» y con todo este batiburrillo, la pobre personalidad fragmentada, agotada de las luchas entre los dos perros (y de algunos personajes más) se pregunta sin cesar: «por qué no puedo dejar de comer donuts, por que no puedo meditar dos horas al día si me lo propongo cada semana, por qué no puedo estudiar de 8 a 11h?….».
Investigar los argumentos, las diferencias e incluso los desprecios que hay entre los aspectos fragmentados de nuestra personalidad ayuda a que se expresen, se lleguen a escuchar y también se miren bien, con sus diferencias, y puedan compadecerse y aceptarse más con el fin de colaborar en un pacto común que finalmente otorgue mayor espacio y autonomía a la persona.
Ormando says
Espero te guste …el libro lo leí a los 20 y pico….
Raquel Casals says
Gracias por compartir la experiencia
Jud says
Conocí a una chica cuyo cuerpo pedía a gritos encontrar pareja para ser amada, pero cuyo «perro de arriba» había tomado el control de su mente y le prohibía el sexo (había demonizado el deseo). Para empeorar la situación y eternizar su condición de «single», -su «dictador interior»-, se dedicaba eficazmente a reprimir sexualmente a la mayoría de hombres que se acercaban a ella. El resultado es que solo conseguía mantener relaciones furtivas con individuos muy poco escrupulosos. Osea que practicaba una sexualidad sin amor, -casi fóbica-, completamente frustrante. Su consuelo idealizado y via de escape fantaseada, era convertirse en monja budista y huir a un monasterio. Sin embargo, era incapaz de ello, pues su naturaleza le reclamaba, de manera incontrolada, aparearse… Un verdadero caso de disociación conflictiva entre el perro de arriba y el perro de abajo.